lunes, 19 de julio de 2010

EL FALSO DRAMA DEL ABORTO



Se viene la legalización del aborto; sin duda. Si la mayoría de las personas, incluyendo a muchos senadores y senadoras nacionales, reconocieron en estos últimos días que los argumentos de la Iglesia y de la Derecha huelen a naftalina vieja y a inquisición, que acá en argentina se llamó terrorismo de Estado, entonces se viene la legalización del aborto.

Ahora hay que afinar ciertos argumentos; y no me refiero a los argumentos en contra la Derecha más facha, que quedó demostrado en las últimas semanas que sostienen argumentos básicamente crueles, metafísicos en el peor sentido de la palabra, y profundamente discriminatorios. Y por lo tanto la mejor estrategia posible es dejarlos argumentar libremente. Me refiero, más bien, a los argumentos de la izquierda a favor del aborto, que también son compartidos por una parte de la derecha más moderada. Me refiero principalmente a la idea de que el aborto es un drama.

Esta idea se viene repitiendo como un mantra en el debate a favor de la legalización del aborto y sostiene que hay que legalizar el aborto porque: el aborto es un drama; y en consecuencia ninguna mujer del medio millón de mujeres que abortan clandestinamente todos los años quiere ni desea abortar. Entonces así repite y sigue el mantra: ninguna mujer quiere abortar.

Evidentemente la idea de que el aborto es un drama y que en realidad ninguna mujer quiere abortar resulta muy atractiva para algunos/as defensores/as del aborto legal porque creen que pidiendo disculpas o hiper-victimizando a las mujeres se puede implementar de manera más rápida y efectiva una campaña a favor del aborto.

Sin embargo, la estrategia podría generar un resultado contrario e indeseable porque el mantra victimizador se basa por lo menos en 6 presunciones que pueden llegar a bloquear y hasta frenar una auténtica reforma a favor del aborto legal.

Primero: el aborto es un drama en tanto se expresa y sigue la forma clásica de la tragedia griega. O sea: para la mujer abortar es un drama porque lo que se juega en el fondo es la lucha contra la maternidad como destino inexorable, que determina la vida de las mujeres. Así, para las mujeres el aborto será siempre un drama porque ellas sufrirán eternamente haberse atrevido a torcer el destino de la maternidad obligatoria. Se trata del drama de ser malas madres antes de serlo, o aún sin llegar a serlo nunca.

Segundo: para poder abortar las mujeres primero tiene que pedir disculpas, sentir culpa y obtener permiso. Sostener que el aborto es un drama entonces tiene como objetivo lograr una cierta empatía social con las mujeres que deciden abortar, piensan los reformistas. Pero a un precio muy alto, a costa de pagar con la autonomía, la dignidad, la confianza y el respeto de las mujeres que abortan.

Tercero: la idea de que ninguna mujer quiere abortar supone también que la mujer es sexualmente irresponsable y la idea funciona así: en su vida sexual las mujeres se equivocan permanentemente, cometen errores, no se cuidan, se acuestan con el primero que pasa, no pueden controlarse sexualmente, y lo hacen sin pensar en las consecuencias; pero tengamos lástima por ellas y otorguémosles el permiso para abortar, porque lo natural es que ninguna mujer quiera pasar por el drama de un aborto. En este punto radica el dramatismo del aborto; ninguna mujer lo desea, y por más irresponsables e infantiles que hayan sido, la misma experiencia dramática del aborto lo justifica.

Cuarto: El aborto es un drama porque en el fondo se sigue valorando socialmente la vida de un embrión más que la existencia concreta de las mujeres. Por lo tanto, la única forma de permitirles abortar a las mujeres es hiper-victimizándolas. Entonces el aborto es un drama social, pero es un drama especialmente intolerable para las mujeres porque por su culpa la sociedad pierde un embrión más, un ciudadano en potencia menos. Si como sociedad permitimos que las mujeres aborten, que sea con culpa y dramatismo.

Quinto: la idea del aborto como drama desvía y restringe el debate hacia la reglamentación del aborto no punible. Porque el aborto como experiencia dramática tiende a identificar el debate con los casos en donde las mujeres exigen un aborto porque corre peligro su vida o en los casos donde una menor de edad fue violada por un familiar. Pero una vez más, el drama no radica en el aborto mismo sino que hay que buscarlo en la posibilidad concreta de que los médicos y jueces valoren más la vida de un embrión que la salud o la vida de la mujer, como le pasó a Ana María Acevedo; y en la violencia masculina que sufren la mayoría de las mujeres cotidianamente. En estos casos, la legalización del aborto sencillamente evitaría o ayudaría a reducir el drama que implica la violencia misógina como obstáculo a un aborto no punible y como causa del mismo aborto.

Sexto: la idea del aborto como drama sugiere que la experiencia de abortar es una sola, uniforme y homogénea. Negando de esta manera la diversidad de la experiencia del aborto y de las múltiples subjetividades involucradas; invisibilizando la intersección de clases, etnias, razas, nacionalidades, edades, sexualidades, entre otras diferencias sociales. Es cierto que para algunas mujeres el aborto puede ser vivido como un drama, pero para muchas e incontables otras mujeres, por ejemplo, el verdadero drama radica en la maternidad obligatoria. La posibilidad de un aborto seguro se transforma en una experiencia libertaria y emancipadora frente a una sociedad hetero-patriarcal que limita a las mujeres a un papel reproductivo. Las experiencias concretas de las mujeres que abortan pueden ser múltiples y diversas: hay drama, alegría, liberación, miedo, hay de todo.

El supuesto progresismo del supuesto razonamiento lógico “El aborto es un drama: entonces ninguna mujer desea abortar” es en realidad un falso atajo hacia la legalización del aborto porque encubre una idea saturada de ideología patriarcal y misoginia. Se trata de un atajo que en verdad no lleva a ningún lado, porque despolitiza la experiencia del aborto inseguro, niega la autonomía de las mujeres, y aísla la experiencia concreta del contexto social. Un contexto social definido y estructurado por la clandestinidad que impone la prohibición del aborto. Una clandestinidad sostenida por un negocio millonario y por el doble estándar moral de políticos, médicos, jueces, curas, periodistas, legisladores, farmacéuticos y empresarios.
Si el aborto tiene algo de dramático, ese dramatismo lo podemos encontrar en el tránsito obligado de las mujeres como sujetas clandestinas por consultorios, hospitales, comités de ética, juzgados, comisarías, cámaras Gesell, y otras instituciones de control. Toda esta violencia institucional podría evitarse con la simple legalización del aborto y con una política de libre acceso al misoprostol. Para que cada mujer experimente el aborto de manera segura y como quiera.