
De acuerdo con uno de los estudios más extensos sobre perfiles de prostituyentes*, el estereotipo más común es el varón que teme y odia a las mujeres. Son los varones que responsabilizan a las mujeres de sus fracasos personales y también de la pérdida de valores sociales tradicionales vinculados al machismo. Son en general violentos, verbal y físicamente, y por lo tanto son fáciles de identificar.
Pero existen prostituyentes más sutiles, que argumentan a favor de la prostitución desde los derechos humanos. Los argumentos son varios y en la práctica terminan por influir en las políticas a favor de la reglamentación de la prostitución. Desde este punto de vista, la regulación sería una opción a favor de las mujeres por dos razones: porque es un derecho que tienen cualquier mujer el de poder optar por la prostitución como cualquier otra forma de trabajo legal, o porque es una estrategia efectiva para la reducción de daños.
El primer argumento supone que la prostitución implica una relación sexual consentida entre adultos y que por lo tanto el Estado no debe prohibirla. El segundo argumento supone que las mujeres que se prostituyen se volverán más autónomas, saldrán de la prostitución callejera a la prostitución a puertas cerradas y podrán gerenciar sus propios negocios.
Con respecto al primer argumento y desde la perspectiva de los derechos humanos de las mujeres, la prostitución es una expresión absoluta del poder masculino frente a las subordinación y falta de opciones de las mujeres (porque son pobres/negras/indígenas/travestis/inmigrantes/etc.)
En la mayoría de los casos donde los varones vemos una relación sexual consentida, lo que hay es una relación en la cual una mujer mantiene una relación sexual no deseada con un varón que no conoce, y finge placer, por el simple intercambio de dinero, o comida o un lugar para dormir. Llamar a esto una relación sexual consentida implica ignorar la fundamental desigualdad de poder entre varones y mujeres. La prostitución es por sobre todas las cosas una forma social y sexual de subordinación.
En cuanto al segundo argumento, en los principales países donde la prostitución se legalizó, con diferentes niveles de regulación, los objetivos no se cumplieron**. Por el contrario, la prostitución aumentó en todos las facetas de la industria del sexo, se descubrió un mayor coordinación entre el crimen organizado y la industria del sexo, aumentó la prostitución infantil y el tráfico de mujeres, y finalmente aumentó la violencia contra la mujeres. O sea: lejos de reducirse, los riesgos aumentaron.
Los relatos de las mujeres que sobrevivieron a la prostitución y las estadísticas demuestran que la prostitución les permite a los varones ejercer poder y control sobre las mujeres de un modo inadmisible en otras esferas de nuestra vida social; y (obviamente) totalmente incompatible desde una perspectiva de derechos humanos.
* Bouamama, S. (2004), “L’homme en question. Le processus du devenir-client de la prostitution”, Report of the Mouvement du Nid, Mouvement du Nid- IFAR , Paris.
** Bindel, J. and Nelly , L. (2003) “A Critical Examination of Responses to Prostitution in Four Countries: Victoria, Australia; Ireland; the Netherlands; and Sweden” , Child and Woman Abuse Studies Unit, London Metropolitan University.